Encontré la postal hace poco bajo la cama, llena de polvo. Gracias, aunque no lo diga, me gusta recibir postales de vez en cuando. Nunca nadie me envía postales.
Pensé que era solo cuestión de tiempo o de ponerme a prueba, pero no. Nunca volviste.
Lo cierto es que aguardaba cada noche tu llegada, expectante como un niño. El hacerme el dormido era la opción más fácil, podía observarte danzando por la casa a mi antojo sin tener que hablarte, sin tener que enfrascarme en discusiones sin sentido que nunca nos llevaron a ninguna parte, podía estar callado pero sin la sensación de perderte. Al fin y al cabo, ahí estabas tú cada noche: Pululando, desordenando, riéndote y bailando quién sabe qué. A veces te veía sentarte triste fumandote mis cigarrillos, o mirándote al espejo, otras veces te veía escribir en tu cuaderno. Otras tantas, te observaba aparecer por la ventana, y me tenía que contener la risa, porque ambos sabemos que aun tienes las llaves. Lo de la ventana sé que lo hacías por ser original hasta que te tropezaste dos noches seguidas y decidiste dejarte de juegos tontos.
Si una noche no aparecías me quedaba en vilo sin entender y entonces sí, usaba doble ración de los polvos esos mágicos que mezclaste con el cola-cao. Te crees que no me entero, pero me doy cuenta de todo. Uno, el colacao me lo bebo por ti, y dos, los polvos mágicos no me hacen mucho efecto en uni-dosis.
Y aquí estoy otra vez, sólo, sin saber dónde has ido ni dónde andas ni qué haces. Las últimas veces que te metiste en mi cama quise decirte que no te fueras, pero no pude. Supongo que lo que me diferencia de ti, es que soy un cobarde. Y que yo nunca escribiré una postal para decirte que me encantaba que te colaras en mi casa por las noches..
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